Nader y Simin. Una separación (2011). Asghar Farhadi
Opinar sobre pelis de diferentes culturas siempre me ha parecido un reto especial. Y quizás no sea tanto por abordar la misma cultura, sino porque a menudo utilizan un lenguaje cinematográfico muy realista. No soy un gran conocedor del cine iraní, por lo que me centráré (como siempre) en hablar sobre lo que veo en la pantalla. Ni más ni menos.
Lo primero que llama siempre la atención en este tipo de cine es esa austeridad. Es seco. Sin la más mínima floritura. Me hace gracia que compita en el mundo con La piel que habito, dos películas que en su factura formal están en las antípodas la una de la otra. Vertov fue uno de los grandes defensores de que la cámara de cine es en realidad un ojo que debe permitirnos llegar a percibir la realidad desde un sinfín de ópticas y puntos de vista inalcanzables para el simple ojo humano. Esa riqueza es una de las grandezas del cine, porque nos descubre nuevos mundos dentro del propio. Sin embargo, nos hallamos ante un ejercicio que busca radicalmente lo contrario. En este aspecto me recuerda a la ya comentada El niño de la bicicleta.
Si no tenemos en cuenta lo anterior antes de empezar a verla, la inmensa mayoría de espectadores, acostumbrados a los mil recursos del medio y de sus creadores, se atascarán. Por poner un ejemplo, la primerísima nota musical aparece con los titulos de crédito... del final. Yo particularmente, no me alineo tanto con este cine. Reconozco que siempre me da pereza abordarlo. Disfrutaré siempre más con el cine como arma emocional que, bien aprovechado, crea pequeños universos individuales.
Dicho esto, estamos ante un sobrio y áspero retrato de una sociedad que nota como el aire contemporaneo agrieta su ancestral pero impuesto equilibrio. Muestra con muchísima mano izquierda y con una sabia y prudente distancia las inevitables tensiones entre sus ramas más y menos aperturistas.
Sin embargo, lo que para mí es digno de ser resaltado en el film es el tratamiento que se hace de algo que no tiene nada que ver con la convivencia entre culturas y sí mucho con uno de los principios en los que debe anclarse el ser humano: el uso de la verdad. Me parece de una pureza absoluta la manera en que se trata, con el trasfondo de un triángulo familiar formado por una pareja en separación y una hija de 11 años. Todo lo que sucede alrededor del mismo busca perfilar de qué manera moldeamos esa verdad en beneficio propio cuando a nosotros nos interesa. Pero ese "nosotros" ya no está tan claro cuando incluye a un hijo o una hija. Ahí, al final, he de reconocer que ese estilo hiper realista da en la diana. Y eso es algo que hay que saber hacer.
PARA: exploradores del ser humano
ABSTENERSE: los que disfrutan el cine exclusivamente como experiencia
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